
Ocurre indistintamente, cual lo demuestra por doble vía, la historia de la música americana cuando desde su embrión ya en el siglo XVI fue y escandalizó en Europa con la Zarabanda, y varias centurias después con la Habanera, tal como lo harían luego, el Tango, el Jazz, el Merengue y la Lambada, por sólo mencionar una pequeña representación de nuestra música ficta y non santa. Bueno, pero parece que los orígenes del Tango (Tango Africano, Tango Flamenco y Tanguillo de Cádiz), están en la Habanera y al revés. La Habanera que debe su nombre a la capital cubana y sin embargo, las primeras noticias que se tienen de una música con esa denominación se fecharon en España casi a principios del siglo XIX, cuando hizo explosión un tema llamado “La Paloma”, creado nada mas que por un virtuoso imberbe de origen vasco de nombre Salvador Iradier. Nombres como Bolero, Son, Rumba y Tango, que definen cuatro de los más genuinos géneros de la música bailable americana, (que llevan el Cinquillo de origen africano marcándoles el compás), se conocieron primero en España que por acá, lo que tampoco debe extrañar a nadie, ya que el negro nos llegó primeramente de la Península Ibérica, donde por igual trascendía una música de las mismas raíces, en particular la del Tanguillo y/o Tango que tanto aquí como por allá, por una cuestión de llamado del ritmo más que de la sangre, habría creado un maridaje con la Habanera cubanizada para universalizar su paternidad. En el caso americano, Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), el gran argentino amado por los cubanos, ha dicho que “el tango nació después de las jornadas del negro arrancado de su tierra y metido en las plantaciones de tabaco, azúcar y café encerrando en sus credenciales la esclavitud de hundir en la carne la propia fuga, hasta convertirla en placer o libertad”. (Para seguir leyendo este artículo visite www.diariodigital.com.do/articulo,8148,html)
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